Por: Ilse Andrade
El mundo presencia cada vez más personas que exhiben sus datos a cambio de “likes” y seguidores. En donde las páginas web, los buscadores, los programas, las aplicaciones de los “smartphones” y demás dispositivos electrónicos pueden saber actividades diarias, intereses, ubicación e incluso información sensible como el estado de salud, preferencias sexuales u opiniones políticas, se pone de manifiesto la importancia de reflexionar un balance entre el aprovechamiento de la tecnología y la privacidad.
Es indiscutible que lo que se logra con la tecnología para atender algunos de los retos que enfrenta la humanidad, va mucho más allá de tener seguidores y ser popular en redes sociales. Hoy, uno de ellos se llama coronavirus (Covid-19) y tomó menos de un mes para que científicos descifraran el genoma del virus, lo que representa una gran ventaja para actuar en tiempo récord en el desarrollo de la vacuna. Pero además de permitir entender mejor el virus, la tecnología también servirá para controlarlo.
Varios países ya utilizan robots, drones e inteligencia artificial (que implican el uso de millones de datos personales, incluyendo datos biométricos), con el propósito de incidir en la contención de esta pandemia. Se han puesto en marcha tecnologías de monitoreo de la población para evitar una nueva ola de contagios. Este tipo de iniciativas ya son replicadas por otros países que se encuentran en pie de lucha contra el Covid19 y que, incluso, cuentan con normas relativamente eficaces en materia de protección de datos personales.
Este contexto en el que se han involucrado la tecnología y la privacidad ha motivado opiniones encontradas. Por un lado, quienes apoyan el uso indiscriminado de la tecnología y el big data para buscar soluciones, y por el otro, quienes abogan por el uso de herramientas menos invasivas y no se viole la privacidad de las personas a partir de sistemas de vigilancia que vayan más allá de una medida temporal propia de un estado de emergencia. Lo cierto es que, hoy por hoy, existen normas robustas a nivel nacional e internacional en materia de protección de datos personales, en donde se prevé la obligación de cumplir con una serie de principios y deberes que constituyen el contenido esencial de la protección de datos personales y que configuran estándares para el adecuado manejo de los mismos.
El mundo no será el mismo después de la pandemia del Covid-19 y uno de los mayores cambios será la adopción acelerada de nuevas tecnologías, inteligencia artificial y big data en diversos ámbitos de la vida cotidiana. Eso sin duda es bueno, pero también deja abierto un debate que estará sobre la mesa en los próximos años y que podría cambiar para siempre la visión que actualmente se tiene de la privacidad que voluntaria o involuntariamente alimenta bases de datos para algún fin. ¿Será posible compaginar y llegar a un punto óptimo entre ambos aspectos, la tecnología y la privacidad, o la balanza se cargará irremediablemente para algún lado? ¿Habrá quienes estén dispuestos a renunciar a su privacidad a cambio de su salud, vida o seguridad?
Quizá estamos en vísperas de un nuevo contrato social en donde los seres humanos acuerden ceder su privacidad a cambio del cumplimento mínimo de las obligaciones de un Estado tecnológico inmerso en las exigencias del mundo 4.0, dignas de un capítulo de la profética serie Black Mirror.